lunes, 6 de junio de 2011

Caminos de Michoacán, Guanajuato, SLP... y no más mentadas en la Caravana por la Paz

Caminos de Michoacán, Guanajuato, SLP... y no más mentadas en la Caravana por la Paz

Gustavo Sánchez B/ Enviado

Morelia, Michoacán.- Es el final del día uno y el día dos de la Caravana por la Paz. Es poesía viva: Es ver cómo duermen poco las víctimas del miedo y aún menos todos los que traen tatuado el dolor. Es la noche en que la Luna nos sonríe, las estrellas nos contemplan y unos osados juegan Uarhukua - Pelota purhépecha - Pelota de fuego. Es el amanecer unidos, unos primero que otros, levantar las casas de campaña o recoger las colchas del suelo, para luego arreglarse un poco, algunos se bañan; es ver una fila para el desayuno o el café de olla. Es ver cómo calientan los catorce motores de los autobuses que salieron el sábado por la mañana de Cuernavaca, Morelos, y se espera lleguen a la capital del terror, Ciudad Juárez, Chihuahua -una vena abierta en un país que cada vez más se acostumbra a sangrar-, para firmar allí un pacto. Y para regalar consuelo.

Los caminos de Michoacán son más poesía viva: Pasar en medio del lago de Cuitzeo, como barcos de esperanza. Ver los campos y las vacas flacas que reflejan algo, reflejan a todos los que por aquí viven. Un pueblo, dos, tres... los que vayan pasando. Es ir escoltados por la Policía Federal, como si a ellos les importara. Es ver a las nubes esponjosas, fieles testigos de la avanzada. Hay más campo; mucho abandono. Y más vacas flacas pastando en lugares secos, esperando a que si no son sus dueños, por lo menos el Cielo se compadezca de ellas.

Al cruzar la línea divisoria inexistente en nuestras mentes, se llega a Irapuato, Guanajuato. Hay más gente que observa la Caravana. Son más pueblos. En alguno nos detenemos. Aquí venden fresas con crema naturales a 20 pesos. Todos quieren.

Hay retrasos. Se esperaba que la Caravana llegara a San Luis Potosí a las 5 de la tarde. A las 5 de la tarde, los autobuses están parados en una gasolinera, de esas que tienen tienda y baños incluidos. Ahí solucionan un pequeño problema: un baño tapado. En otros, los limpian, pues están vomitados. Javier Sicilia -a quien no hemos olvidado- habla por teléfono y se recarga en el autobús 1. No alcanzamos a escucharlo, pero todos lo vemos un poco cansado. Lo vemos, como casi siempre, fumando. En minutos, la caravana continúa.

Más poesía viva es el cambio de los caminos de Guanajuato a los de San Luis. Se vuelve todo seco. Se acaba el campo fértil. El amarillo de la sequedad y las montañas camufladas, contrasta con el azul del cielo y lo blanco de las nubes. Se ve más pobreza: en las casas, en la gente que a lo lejos observa...

En un abrir y cerrar de ojos (si alguien pudo dormir las más de 6 horas de camino) se llega a San Luis Potosí. Aquí todo es hermoso. Todo es poesía viva: la arquitectura callada, la gente mirona, el parque verde, los globos de colores, los templos imponentes.

Ahora camina Sicilia. No lo hace solo. Va acompañado por Rocato -el organizador-, Julián Lebarón, y los rostros de la angustia, esos que guardan una lágrima en los ojos, que quisieran gritar, pero ahora solo caminan hacia la plaza del Carmen.

Frente al Teatro de la Paz, el micrófono se vuelve un exprimidor de historias. Historias duras. De esas que estrujan...

Habla Olga Reyes: "En Chihuahua están matando defensores de los derechos humanos... a mí me mataron un sobrino, a mis hermanos y a mi cuñada... no es posible que nos quedemos a llorar en nuestras casas...".

Habla un señor: "Nos secuestraron a nuestros hijos desde octubre del 2009... ellos estuvieron en la campaña de Toranzo (Fernando, actual gobernador de SLP)... nomás nos los desaparecieron... pidieron dinero y lo di... pero no regresaron... me da tristeza que San Luis Potosí esté así... este no es el San Luis que conocí...".

Apenas y puede hablar otro señor... no puede... puede un poco... con lágrimas en los ojos: "Yo no quiero acusar a nadie... pero a vista se ve que nadie va a meter las manos por mi hijo y mi nieto... a ellos me los secuestraron en una fiesta... no sabemos nada de ellos... acudimos a la procuraduría, a la Secretaría de Seguridad y ¿qué recibimos? nada... vengan mañana... íbamos y no nos recibían... lo único que tenemos es a Dios nuestro señor... señores discúlpenme", dice antes de no poder decir nada más. Las lágrimas le cubren el rostro. El nudo de dolor lo consume.

Ahora, habla Sebastián. No en español sino en otra lengua. Luego él mismo se traduce: "Soy gobernador comunitario... nosotros también hemos sido pisoteados... tenemos cuatro, cinco muertitos... nos despojaron de nuestras tierras... en lugar de escucharnos, las autoridades han tratado de callarnos... destruyen nuestra tranquilidad".

Hay más historias. Como que se cumple un año del asesinato de Martín Herrera Ramos. Recuerdan a la degollada Saraí Mendez. También recuerdan a Manolo, a quien secuestraron en esta ciudad; lo "levantaron" en su propio negocio. Hablan de Edmundo Nava, a quien mataron el 28 de mayo del 2007.

Habla Julián Le Barón. Lee una carta. Él no olvida a su hermano, a quien sacaron de su casa, no sin antes torturarlo frente a su familia, para a la postre matarlo.

Un señor cruza las más de cien personas que arropan el templete. Apenas y puede caminar. Apenas y puede hablar. Llega hasta acá para entregar una foto, la de su hijo, Eduardo Morán, a quien secuestraron el 24 de enero de este año. El orador recibe la foto y la enseña a las cerca de quinientas personas presentes.

Es una suma horrenda de casos que erizan la piel. Es el ábaco macabro de la muerte. En un San Luis que desde hace unos años se integró, para su desgracia, a la geografía de la muerte, en el México violento. San Luis es, pues, un estado más del país del terror y de las desgracias.

No más mentadas

En alguna parte del discurso de Sicilia, menciona el nombre incompleto de Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa, el inquilino de Los Pinos. En ese instante, llueven mentadas de madre. Llueven silbidos. El poeta se encabrita. Es el momento más tenso, hasta el momento, en la Caravana.

"No alimentemos el odio... ¿qué no oyeron a los que han hablado?... la paz no se hace mentando madres", gritó en la Plaza del Carmen. En ese momento, un potosino -con quien después me acerqué y tenía aliento alcohólico- lo increpa: ¿entonces cuál es la solución? ¡danos una solución!. Desde el templete, Sicilia le responde que es precisamente eso lo que están buscando y que solo se llegará a ella a través del amor.

"Este no es asunto de pobres y ricos, de derecha o de izquierda... es un agravio nacional... nos están despedazando", dice.

El grito de "unidad, unidad, unidad" se hace presente frente al Teatro por la Paz. Sicilia lo secunda. Y luego pide cinco minutos de reflexión. Llega un silencio fúnebre que sepulta el domingo de caminos largos, de tramos pesados. Un silencio que sepulta las mentadas de madre, tranquiliza al poeta y reconforta a todos.

Al fin, se respira paz.

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